Espejos
Por Marcos Otheguy
La vida a veces nos presenta esos
momentos en que nos enfrentamos con nuestra propia imagen. Las personas, como las
organizaciones, necesitamos de espejos, pero la pregunta es a qué imagen nos enfrentamos
y, en todo caso, qué enseñanza nos aporta ese momento de encuentro con uno
mismo.
El 27 de mayo el Frente Amplio se
encontrará consigo mismo, con sus fortalezas, con sus debilidades y sus miedos,
pero ante todo se topará con sus desafíos.
Allá por octubre del año pasado,
como 711 Compromiso Frenteamplista intentamos visualizar el escenario de mayo
de 2012 y pensar en las oportunidades que nos podría deparar esa instancia
electoral. Estábamos convencidos -lo seguimos estando- de que mayo era una formidable
oportunidad para salir a conversar con el pueblo frenteamplista. Conversar
sobre el alcance y profundidad de las transformaciones sociales operadas desde 2005 a la fecha, pero
también conversar, sobre todo, acerca de los desafíos que tenemos como nación
de cara al 2014 y más allá.
Debemos conversar, ¿cómo no
hacerlo?, con los ojos en la nuca, porque en 2005 Uruguay inició un profundo
proceso de transformación tanto de sus políticas públicas como de sus
mecanismos de gestión. No deberíamos dejar únicamente en manos de los
académicos el relato sobre la historia reciente de un país devastado por
décadas de políticas neoliberales que dieron por tierra con lo mejor del sistema
productivo, empobrecieron a conciencia el Estado, devastaron los derechos de
los trabajadores (en salarios, calidad del empleo, seguridad social y ejercicio
democrático), y llevaron al descalabro de instituciones determinantes del modo
de vida nacional, como el sistema educativo, el de salud y la seguridad social.
Hoy la realidad es muy otra, y
eso sólo ha sido posible con el Frente Amplio. Esto nos permite decir que nos encontramos frente
a un momento de “excepción” en nuestro itinerario como nación; nos permite
sostener que con un proyecto estratégico y los liderazgos adecuados estamos en
condiciones de dar un salto cualitativo que nos coloque claramente en el rumbo
de ser un país de primera.
Condiciones externas favorables,
pero sobre todo un modelo de desarrollo que se sustancie en la equidad, la
inclusión, la sustentabilidad y la
fuerte participación social harán posible sin duda ese sueño.
Ahora, ¿alguien cree que ese
modelo pueda llegar a sustanciarse por otra fuerza que no sea el Frente Amplio?
Tenemos que convencernos de esto, y salir a convencer al resto de los uruguayos
de que no hay mejor proyecto político para el país que el del Frente Amplio, a
pesar de sus deficiencias. Tenemos motivos y argumentos de sobra para hacerlo.
Pero, por eso mismo, por la
sostenibilidad en el tiempo del proyecto, también debemos conversar con los
ojos en el horizonte lejano. Se puede decir que la ofensiva desencadenada por
el capitalismo contra la clase trabajadora pierde aliento. Pero queda aún un
déficit importante, sobre todo en el plano ideológico, que se trasunta en
confusión y falta de rigor estratégico.
Desde nuestro punto de vista, no
hay proyecto de izquierda sin un pensamiento
utópico que lo alimente –“imaginando utopías reales”, como dice Boaventura de
Souza Santos–, y sin una sociedad civil organizada y movilizada. El Frente debe
abrir de par en par sus puertas, y recomponer lazos históricos con aquellos
sectores que dan sustento a un bloque social dinamizador de los cambios: los
trabajadores organizados y los estudiantes, sin duda, pero también los
cooperativistas, la cultura en su más amplia expresión, las nuevas formas de economía social, los
pequeños y medianos propietarios, las diversas formas de organizaciones
barriales y locales, las redes, etcétera.
El equilibrio entre los desafíos
tácticos y estratégicos pasa por la concreción de reformas estructurales,
democrático populares. Reformas que van en la dirección de modificar la
concentración de la propiedad, de los ingresos y del poder.
Algunas ya se han iniciado, como
la tributaria, pero otras con un
desarrollo incipiente, como la reforma del sistema financiero, la
transformación de la trama urbana en clave de convivencia para enfrentar los
fenómenos de delincuencia, la transformación política en clave de reforma y
rediseño institucional del Estado, el problema de la concentración y
extranjerización de la tierra o la democratización de los medios de
comunicación. Si no seguimos avanzando en estas reformas, la permanencia en el
gobierno pierde significado estratégico. Luchar por esos objetivos, como dice
el historiador y dirigente del PT brasileño Valter Pomar, sigue suponiendo
combinar conciencia y organización, táctica y estrategia, reforma y revolución.
Obviamente que, como fuerza
política, podríamos haber llegado en mejores condiciones a la instancia del 27
de mayo, que se podría haber aprovechado esta circunstancia para buscar
acuerdos que promovieran un recambio generacional de la presidencia del Frente.
Pero no compartimos ni el pesimismo ni la actitud de quedar lamiéndonos las
heridas. Además, el argumento generacional no puede convertirse en un absoluto.
Como valoramos que el Frente transita por una etapa de transición, pensamos que
hay otros elementos en juego en la elección de su presidente, como el
equilibrio entre “memoria” y “futuro”. Es bajo ese enfoque que vemos en el
compañero Enrique Rubio a la persona idónea para presidir, en compañía de un
equipo, nuestro Frente Amplio. Es bajo ese enfoque que consideramos necesario
debatir por ideas, no por “espacios” o “polos” a nuestro juicio inexistentes.
Debemos aprender de nuestros
errores, claro, pero no para pararnos en el cinismo, el desencanto o el voto en
blanco; debemos aprender para redoblar el compromiso militante como actitud de
vida. Porque el desafío sigue siendo la revolución, la revolución más importante:
la de las cabezas.
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